El ejercicio de la memoria puede llegar a ser cautivante o aterrador. Pero, si en lugar simplemente de recordar lo placentero y olvidar lo malo lo utilizamos para la reflexión, creo que vale la pena. Luego de cumplir 60 años comencé a apreciar más el acto de recordar y, a partir de los recuerdos, reflexionar. En este caso, gracias a la invitación de mis amigos a realizar una contribución, aprovecho para hacerlo.
En la década
de los 80’s estudié Zoología en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la
Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Una vez terminada la carrera,
Jorge Crisci y Analía Lanteri accedieron a dirigir mi tesis doctoral, que se
enfocó en la sistemática de un grupo de Curculionidae (Coleoptera) de la
Patagonia argentino-chilena. De la sistemática pasé a interesarme
particularmente en la biogeografía histórica y, en particular, en los enfoques de
la panbiogeografía y la biogeografía cladística. En esa etapa inicial de mi
vida académica, mi perspectiva era lo que se denomina “cladismo de patrón”, que
me hacía pretender alejarme lo más posible de la influencias de ideas evolutivas
en la sistemática. En relación con la biogeografía, la panbiogeografía de
Croizat y la biogeografía cladística de Nelson y Platnick eran los enfoques que
correspondían de manera natural con el cladismo de patrón. Ambos enfoques
biogeográficos privilegiaban la vicarianza y descartaban a la dispersión como
relevante para explicar los patrones biogeográficos.
En
1993 hice mi posdoctorado en el American Museum of Natural History de Nueva
York, trabajando con Lee Herman y Norman Platnick. Recuerdo una tarde que
recibí el libro Fundamentos de biogeografías filogenéticas, de David
Espinosa y Jorge Llorente. Inmediatamente devoré sus páginas e hice su reseña,
que fue publicada en Cladistics (Morrone, 1993). Además de las ideas
presentadas en el libro acerca de la perspectiva filogenética en la
biogeografía con la que básicamente concordaba, algo más quedó en mi mente: ¡era
posible escribir libros de texto en español!
Cuando
al año siguiente Jorge Llorente me invitó a dar un curso de
biogeografía histórica dentro del Diplomado de Actualización en Biología
Comparada Contemporánea, organizado por la Conabio, naturalmente acepté. Así
conocí la Ciudad de México, la UNAM, la Facultad de Ciencias y el Museo de
Zoología “Alfonso L. Herrera”. La invitación a participar como profesor de nuevas
ediciones del diplomado se repitió en 1995, cuando se impartió en el Centro de
Investigaciones Científicas de Quintana Roo, en Chetumal; en 1996, cuando se impartió
en el Instituto Politécnico Nacional, en la Ciudad de México; y en 1997, cuando se impartió en en la
Facultad de Ciencias Biológicas, Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), en Monterrey. Finalmente,
en 1998, gracias a las gestiones de Jorge y del director de la Facultad de
Ciencias, Rafael Pérez Pascual, así como de una beca patrimonial de CONACyT, me
ofrecieron una plaza de profesor de carrera en la Facultad de Ciencias, para
trabajar en el Museo de Zoología en sistemática y biogeografía de insectos.
A fines de los 90’s,
cuando comencé a trabajar en él, el Museo de Zoología contaba con seis profesores
(Blanca Hernández Baños, Oscar Flores Villela, Jorge Llorente Bousquets, Armando
Luis Martínez, Adolfo Navarro Sigüenza y Adrián Nieto Montes de Oca) y cinco
técnicos académicos (Alejandro Gordillo Martínez, Livia Socorro León Paniagua,
Edmundo Pérez Ramos, Fanny Rebón Gallardo e Isabel Vargas Fernández). Con 36
años contaba con una plaza de profesor de carrera, que me permitiría enseñar
sistemática y biogeografía; además, ingresé al Sistema Nacional de
Investigadores y podía investigar en las áreas de mi interés. Pero, algo más
importante, podía escribir libros de texto. ¿Qué más podía esperar?
Lo que me esperaba era
un regaño de Gonzalo Halffter. En junio de 1998 fui al Instituto de Ecología,
A.C, en Xalapa, a dar una plática sobre biogeografía. Al final de la plática,
Halffter fue el primero en formular una pregunta y me cuestionó por qué razón,
Jorge Llorente, David Espinosa y yo negábamos la relevancia de la dispersión. Contesté
lo mejor que pude, supongo que no lo convencí, pero al volver a la Ciudad de
México busqué los trabajos de Halffter. A partir de su lectura releí algunas
contribuciones de Osvaldo Reig y Raúl Ringuelet.
Leyendo a Halffter, Reig
y Ringuelet, tuve una epifanía: la biogeografía no era tan simple como había asumido
previamente. Si bien seguía pensando que la vicarianza era un proceso relevante,
la dispersión también tenía que entrar en la ecuación. En esto también me ayudó
platicar con algunos colegas del Museo que no se sentían tan identificados con
la perspectiva de la vicarianza y con otros, vicariancistas convencidos, que
creían que la dispersión era mero “ruido” (me reservo los nombres de los
involucrados para evitar reclamos o juicios por difamación).
Cuando tomé mi primer
año sabático (2006-2007), pasé un mes en la Université
Pierre et Marie Curie, París, Francia, con Malte Ebach; y tres meses en la Universidad
de Málaga, España, con Mario Vargas y su grupo de trabajo. Ambas estancias
fueron importantes, pues pude contrastar las dos perspectivas que había
encontrado anteriormente en el Museo de Zoología: la estancia con Malte resultó
más afín a mi perspectiva inicial, centrada en la vicarianza, y la estancia con
Mario con la segunda etapa, más “halffteriana”. En mi libro Evolutionary
biogeography (Morrone, 2009), escrito durante ese año sabático, empecé a
madurar mi concepción de la biogeografía evolutiva, donde tanto la vicarianza
como la dispersión son relevantes y no deberían descartarse. Cuando pocos años
después con Tania Escalante, primero mi estudiante y luego mi colega en el
Museo, escribimos el libro Introducción a la biogeografía, cristalizó mi perspectiva
integrativa (aunque Tania solía bromear diciendo que, en realidad, yo era un
dispersalista “de closet”).
Tres décadas después de la primera vez que puse un pie en el Museo algunas cosas han cambiado (ver Llorente Bousquets et al., 2019). Se incorporaron nuevos profesores (Tania Escalante Espinosa, Giovani Hernández Canchola, Livia León Paniagua, Rosario Mata López, Leticia Margarita Ochoa Ochoa y Luis Antonio Sánchez González) y técnicos (Roxana Acosta Gutiérrez, Gustavo Campillo García, Erick Alejandro García-Trejo y Alexander Llanes Quevedo). Por el Museo pasaron muchos estudiantes de grado y posgrado para trabajar con distintos taxones animales. Con todos los miembros del Museo y muchos de estos estudiantes interactué de uno u otro modo, usualmente discutiendo cuestiones sistemáticas y biogeográficas. Con algunos escribí artículos y edité libros. Cada una fue una experiencia única, irrepetible. Con otros miembros del Museo di clases de licenciatura y posgrado, también siendo cada caso una experiencia diferente y enriquecedora. Participé en comités tutorales y exámenes de grado y posgrado de decenas de estudiantes dirigidos por miembros del Museo, y en la mayoría aprendí algo. Con los años, las lecturas, discusiones y cursos me hicieron reafirmar mi perspectiva integrativa y pluralista de la biogeografía. En definitiva, el Museo ha sido no solo un espacio físico que contiene colecciones de animales sino un espacio plural de convivencia humana y aprendizaje, que valoro profundamente y que es uno de los sellos característicos de la UNAM. ¡Ojalá todos pudieran decir lo mismo del lugar donde trabajan!
Juan José Morrone
Referencias
Espinosa-Organista, D. y Llorente, J.
1993. Fundamentos de biogeografías filogenéticas. UNAM-Conabio, Ciudad
de México.
Llorente
Bousquets, J., J. J. Morrone & I.
Vargas-Fernández (eds.) (2019) Museo de Zoología “Alfonso L.
Herrera”: 40 Aniversario. E-book, Las Prensas de Ciencias, UNAM, Ciudad de México.
Morrone, J. J. (1993) Beyond
binary oppositions. Cladistics 9: 437-438.
Morrone, J. J. (2009) Evolutionary
biogeography: An integrative approach with case studies. Columbia University
Press, Nueva York.
Morrone, J. J. & T. Escalante (2016)
Introducción a la biogeografía. Las Prensas de Ciencias, UNAM, Ciudad de
México.
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